Fósforo


Mientras realizábamos cada uno nuestra propia especie de rutina atípica nocturna luego de un largo día de trabajo, mi compañero de cuarto y yo hablábamos acerca de pequeños temas sin importancia, de esos de los que se suele hablar antes de bajar el telón del día.

Acostado en su cama viendo videos y memes, me hizo mención de la salida tardía de la luna "deberíamos de levantarnos temprano para verla caer sobre el mar", comentó. Yo, por mi parte, imaginaba lo duro de despertar de madrugada, considerando el cansancio que pesaba sobre mis párpados.

Luego de un rápido baño, me acosté mientras el sonido del aire acondicionado se envolvía en sí mismo. Sin darme cuenta, la oscuridad del sueño se apoderó de todo mi yo, consciente e inconscientemente, aferrándome a la idea de capturar a la luna momentos antes de desaparecer en el horizonte bañado por nuestra parte continental del Pacífico.

Sin pensarlo, asustado por la idea de que podría perderme tal evento, me desperté de golpe y agarré mi cámara. Recuerdo que tenía problemas con elegir el objetivo adecuado para tal situación. A lo lejos recuerdo un 18-55, f 3.5 (no el mejor para fotografiar a la luna). Por su parte, mi colega me decía "vamos a definir el punto en que podamos capturar a la luna de la mejor manera posible", mientras señalaba el oscuro cielo hacia el Sur. Curiosamente, la órbita de la luna parecía tener un tiempo menos real de lo que debería. "En unos minutos aparecerá justo detrás de esas estructuras", decía mi colega mientras se llevaba la cámara hacia el rostro. Por mi parte, la torpeza de la situación parecía no abandonarme, ya que mientras más me enfocaba, mental y físicamente, la imagen que captaba con mi cámara se desenfocaba de manera recíproca.

"Mirá", me dijo, mostrándome la fotografía que acaba de hacer. Al ver la pequeña pantalla LCD de la cámara, vi que había logrado jugar con las estructuras que se veían al horizonte, obteniendo una especie de eclipse total, incluyendo el efecto de las Perlas de Bailey tan características de un evento cósmico de este tipo. Al verlo, pensaba para mí "que hijo de puta más cabrón", mientras continuaba luchando por recuperar la compostura.

Cuando finalmente sentí que lo logré, un poco más al oeste de donde apuntaba mi cámara sentí un fuerte estruendo: el volcán extinto de Atitlán había hecho explosión, perdiendo su característico cono triangular. De nuevo, mi habilidad fotográfica me había fallado para capturar el momento y mientras me lamentaba por mi inutilidad, al fondo podía ver un resplandor rojizo por la lava burbujeante que era expulsada al exterior. "No he podido lograr nada", me decía a mis adentros.

La frustración se hizo más grande, junto con mi perplejidad de estar viviendo situaciones de este tipo, considerando que al inicio de la sesión fotográfica, solamente el océano Pacífico dominaba el horizonte. Grandes columnas de humo volcánico comenzaban a formar figuras masivas y espeluznantes. Por sobre nuestras cabezas se sintió un cambio en la presión del aire y al voltear a ver hacia arriba, un avión se precipitaba hacia nosotros, con una sola ala y un costado prendido en llamas. Para entonces, me había decidido por un objetivo de 50mm 1.5 y como pude apunté hacia arriba y logré una toma perfecta del avión que al instante se desplomó frente a mis ojos.

Al buscar a mi amigo, a mi izquierda, vi como era engullido por una bola de fuego, producto de un helicóptero que tuvo igual destino que el avión de unos minutos atrás. Justo en ese momento, tomé la decisión (poco sabia) de dejar que el miedo me invadiera. Giré hacia mi derecha, en dirección de las escaleras mientras escuchaba un boletín que advertía acerca de gente infectada con bombas de fósforo y que corrían desesperadamente en todas las direcciones.  Sin saber cómo, dos pequeñas figuras engullidas por un filtro tornasol se acercaron a mí. 

No había escapatoria. Decidí morir.

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