Dani el pargo


Bajo el manto eterno estelar y la melodía de la marea nocturna mi realidad se dispara hacia estadios de tiempo congelado e irreconocible.

En ese instante alienígena, en el que cualquier humano normal perdería su cabeza, perdí la cabeza tratando de comprender lo que el universo me ponía enfrente. De pronto, el oído retumba con una sensación de vacío. Los ojos se nublan y se secan, debido a la falta de aire y humedad en el ambiente. La cabeza palpita mientras mis sentidos intentan descifrar el mejor camino a tomar antes de morir metafórica y literalmente. 

Poco a poco lo fui entendiendo, a pesar de ser mis últimos instantes: es complicado soportar condiciones inhospitas, cuando tu diseño no está hecho para ello. Es como pretender que un pargo, o una manta raya, se acostumbre a la rutina del 9 a 5, con traje y corbata y un pretencioso vaso de café con leche en la aleta.

Lejos de lamentar la estupidez de mi especie, mientras me sentía con los ojos reventados, los pulmones congelados y la piel carbonizada por la radiación, imaginaba la vida de ese pargo, andando por las calles grises de cualquier ciudad del planeta, destrozado por la idea de desarrollo que le habían impuesto (y que se creyó). Esa idea que lo llevó a dejar su paraíso marino y cambiarlo por el látigo de la rutina laboral.

Sí, claro, hay algunos beneficios al estar encerrado en esa rueda de hamster eterna. De cuando en cuando, con los nervios destrozados, el hígado hinchado y el espíritu deprimido, está la oportunidad de salir de esa plancha de concreto y emprender el camino en busca de lugares paradisíacos, con sol, palmeras, arena y relajación. Salvo que el pargo no es el único con esa idea, porque lo que el pargo no imagina es que se topará con Gabriel (el de contabilidad) o con Ruth (la secre). Incluso con Godínez (el subgerente junior) en la carretera o en el bar de moda de la playa M. 

Existe la más que probable realidad que junto al pargo (llamémosle Dani) se encuentre al vecino de su colega del gym o a la novia del primo de la tía del mesero del comedor a donde va cada dos días. Porque esa rueda de hamster, en la que Dani el pargo se mueve todos los días, no desaparece con los descansos, ni las vacaciones. 

Lo que es peor, es que cercano a ese lugar que lo vio nacer, Dani el pargo comienza a entender que el paraíso nunca estuvo fuera de ahí, sino que dentro de si mismo, y que ahora, aquellos hamsters ansiosos por comer y comer, dejaban un rastro de desechos, que alcanzaría, inexorablemente aquel lugar, en donde Dani el pargo nadaba libremente, en donde Dani el pargo no sería Dani el pargo, sino uno más, sin identidad, sin conciencia, sin ningún objetivo ni meta por alcanzar, más que la de ser. Ser parte de una cadena de vida que alimenta a la vida de la que es parte.

Y es eso lo que pienso ahora, con mi último aliento. Aquí, en un lugar para el que no fui diseñado, despojado de la posibilidad de poder ser parte de la cadena de vida que alimenta a la vida de la que soy parte.

Pero no había vuelta atrás, el final se acerca. La oscuridad me envuelve lenta, pero inexorablemente. Intento atrapar los últimos bocados de oxígeno, en una lucha desesperada por escapar de ese camino. Ansiosamente, brinco de un lado para otro hasta que siento que las fuerzas me abandonan. Finalmente, con los ojos a punto de explotar, en mi último vistazo, encuentro mi reflejo y me pega: yo soy Dani el pargo.

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