Silencio (relato. Parte 1)


Por lo general octubre es sinónimo de noches frías y lluviosas, sin embargo esa noche del 20 era majestuosa porque las luces de la ciudad no pudieron evitar que luminosidad del universo, que coquetamente se adornada con el resplandor de miles de millones de estrellas, iluminara el camino de quienes reíamos bajo ese celestial manto. Definitivamente una de esas noches que cuando mirás hacía arriba, no te queda más que sentirte pequeño ante tanta inmensidad desconocida.

Pero ese no era nuestro caso. Ningún espacio infinito nos haría sentir pequeños esa noche. Angus, Willow, Daffy, a quien decíamos así a cuenta del pato de los Looney Toones, y yo gozábamos de la libertad única que da el güaro. En ese entonces, los viernes y sábados por la noche solían ser sinónimo de fiesta aunque mis padres me obligaran a estar de regreso en casa alrededor de la 1 de la mañana. Eso nunca fue un impedimento y la embriaguez total siempre fue la meta a alcanzar. Tener hora de llegada sólo la convertía en una carrera contra reloj.

Si bien mis padres no eran extremadamente estrictos conmigo, si que tenían normas muy específicas, como la hora de llegada. También es cierto que la severidad de esas normas había disminuido desde el momento en que comencé a trabajar en las mañanas y estudiar por las noches. Años después mi madre me confesó que nunca sospechó de mis jornadas etílicas, y que después de cumplir 20 años ya no se quedaba despierta esperando mi llegada.

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Justamente en ese entonces yo tenía 20 años, era el menor del grupo. De complexión física normal. Alto, aunque no mucho. Angus era pequeño, de 1.60 aproximadamente. Fumaba como descocido. Constantemente era el incitador de las chingaderas. Willow, al igual que Angus, era pequeña, morena y de pelo largo lacio que le llegaba hasta la cintura. Cuando se lo trenzaba, yo solía simular que eran un par de riendas. Angus nunca fue amante de esta broma. Por último estaba Daffy. Era el mayor del grupo. Tenía mucho carisma con los demás. Extremadamente delgado.
Ese era, básicamente, mi grupo cercano de amigos en los últimos años de universidad. En algún momento nos llegamos a llamar a nosotros mismos “familia”. Alimentamos la costumbre de beber vino sobre un monumento dedicado a algún tipo de apellido Castilla, ubicado en la Avenida de las Américas. Jugábamos a verdad o reto. Nos cuestionábamos acerca de nuestros gustos y actitudes en la cama. – Es contra la ley beber alcohol en lugares públicos –. Con esas palabras de un policía nacional civil se acabaron esas juntas nocturnas.

Curiosamente aunque yo era el más pequeño del grupo, era el único que siempre tenía carro. Mi viejo me había regalado hacía tres años un picop gris, marca Isuzu modelo 1984. En un principio odié ese carro porque cuando lo compró, tenía una especie de camper que le daba un aspecto excesivamente campirano, pero después que se lo quitó con el paso del tiempo empecé a tomarle mucho cariño. Al final de cuentas uno de hombre suele encariñarse con su primer carro, y este fue el mío.

Visualmente no tenía absolutamente nada de memorable, al menos en un buen sentido. La pintura era carcomida constantemente por óxido. La palangana, o cama, era larga.
Por el trabajo de mi viejo, siempre estaba manchada con aceite industrial quemado, tenía restos de alambre de cobre quemado. Hojas secas, cajetillas de cigarros vacías, botellas de cerveza vacías, envoltorios de chucherías, etc. El interior no difería mucho del exterior. La cabina era simple, y sólo tenía espacio para tres personas (cinco o hasta seis si llovía). El sillón destacaba por su poco pudor cuando de enseñar sus interiores se trataba. Los alambres se hacían especialmente incómodos en viajes largos. El tablero era adornado por una alfombra azul, que con el paso de los años se descoloró tanto por el sol que al final era blanca y azul.

Nunca pude deshacerme de ella porque era menos desagradable visualmente que el tostado y agrietado tablero. Las ventanillas no servían, se torcían cuando uno las bajaba. Las chapas de las puertas eran puro adorno, un simple clip era suficiente para abrirlas.

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