Era él un señor regordete, cabeza media calva y pantalón de lona abotonado a media panza. Espalda encorvada y bigote mal cuidado. Su mirada era la de aquel que, maravillado, ve el tren venir pero en ningún momento repara que está parado sobre las mismas vías. En pocas palabras un desastre a punto de convertirse en caos.
Las condiciones no podían ser más ideales. Un viaje relativamente largo, seguido inmediatamente por dos horas largas de trabajo continuo. El hambre, el cansancio y las ganas de distraerse se peleaban entre sí para hacerse con el título de necesidad más urgente de complacer. El escenario no ofrecía muchas alternativas. Cuando el reloj marcó las 6 de la tarde San Jerónimo, Baja Verapaz y sus calles semi vacías ya estaban cuasi desérticas, poco faltaba para ver esas pelotas de ramas rodar empujadas por el viento. De pronto unas letras que sugerían una alternativa interesante: “Restaurante Acequia. Comida rápida”. Y bueno a veces es bueno dejar los prejuicios de lado, porque sea el lugar que sea, siempre uno puede encontrarse con sitios que sorprenden por su calidad.
Nuestro grupo era numeroso, unos 8 periodistas citadinos y acostumbrados al semáforo. Al entrar dos patojos de unos 15 años se encontraban recostados sobre la pequeña barra. “Ustedes atienden acá?” preguntamos sin recibir respuesta. Después de inspeccionar la carta “Gordon Blue. Pescado sudado con verduras. Churrasco de res o de cerdo acompañado de fríjoles, plátanos fritos y arroz…” aparece don Héctor, dueño del local y de la descripción con la que inicié este relato.
La promesa de comida rápida, la falta de otras alternativas y el hambre nos hicieron decidir arrejuntar tres mesas y sentarnos. Eran aproximadamente las 7.30 de la noche. Inmediatamente don Héctor se acercó a nosotros con libretía en mano, ansioso por tomar nuestras ordenes. Un churrasco por aquí, otro por allá, cena típica allá. Yo quería algo liviano y rápido. Un torito con queso y papas fritas se asomó por el menú. Vino la primera tanda de cervezas. “Nos puede traer una porción de nachos con guacamol y frijoles para empezar” dijo uno de nuestros compañeros. Y ahí empezó la odisea. Eran las 7.45 pm cuando la última orden fue pedida.
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Poco sabíamos pero el caos empezó a adueñarse de la atmósfera. Dos naranjadas fueron el primer indicio. 20 minutos pasaron y no aparecían. La gaseosa que uno de mis compañeros pidió tardó casi media hora. Los nachos, que no eran más que nachos de Q1 con queso amarillo sobre ellos y que supuestamente servirían de entradas aparecieron justo después de los primeros churrascos. Esos churrascos de carne de extraña procedencia, con más apariencia de hígado de vaca, fueron el último indicio. Don Héctor acompañaba cada plato con una disculpa descarada y desconcertante.
El malestar y enojo general de todos nosotros fue sustituido por una sensación de resignación; “más vale reír que llorar”. Mi torito no aparecía por ninguna parte. De pronto Don Héctor (con quien hubiera querido hacerme una foto) dice “mil disculpas, pero es que nuestra vecina murió y mi señora es quien sabe más que yo”. Después de esa confesión un largo silencio se rompió con el comentario “seguro fue la cocinera quien se murió”. Comentario tras comentario, don Héctor sufrió del típico humor ácido que nos caracteriza a los chapines. “Yo soy el director de la escuela” esbozaba con orgullo. “Puta, cómo saldrán esos niños de esa escuela con un director así” “Con razón nadie sabe nada de San Jerónimo”. “De dicha nadie pidió el famoso pescado sudado jajajaja”, los comentarios incisivos no se hicieron esperar.
Y no sé por qué razón, cada disculpa de don Héctor iba dirigida a mí. Muy probablemente porque mi torito necesitó de aproximadamente una hora y media para ser preparado. O porque mi rostro era dueño de una expresión entremezclada de hambre, frustración y resignación. Y encima, la carne era como hecha con protemás o algo de color rojo, que seguramente no era carne de res. Las papas fritas destilaban aceite por todos lados.
Al finalizar la velada el orgulloso dueño de Acequia, que significa hoyo donde brota agua, inocentemente nos despidió invitándonos a volver muy pronto. Su restaurante y su "calidad de servicio al cliente" pasaron a convertirse en el blanco de nuestras bromas y frustraciones por el resto del viaje y de nuestras vidas...
Las condiciones no podían ser más ideales. Un viaje relativamente largo, seguido inmediatamente por dos horas largas de trabajo continuo. El hambre, el cansancio y las ganas de distraerse se peleaban entre sí para hacerse con el título de necesidad más urgente de complacer. El escenario no ofrecía muchas alternativas. Cuando el reloj marcó las 6 de la tarde San Jerónimo, Baja Verapaz y sus calles semi vacías ya estaban cuasi desérticas, poco faltaba para ver esas pelotas de ramas rodar empujadas por el viento. De pronto unas letras que sugerían una alternativa interesante: “Restaurante Acequia. Comida rápida”. Y bueno a veces es bueno dejar los prejuicios de lado, porque sea el lugar que sea, siempre uno puede encontrarse con sitios que sorprenden por su calidad.
Nuestro grupo era numeroso, unos 8 periodistas citadinos y acostumbrados al semáforo. Al entrar dos patojos de unos 15 años se encontraban recostados sobre la pequeña barra. “Ustedes atienden acá?” preguntamos sin recibir respuesta. Después de inspeccionar la carta “Gordon Blue. Pescado sudado con verduras. Churrasco de res o de cerdo acompañado de fríjoles, plátanos fritos y arroz…” aparece don Héctor, dueño del local y de la descripción con la que inicié este relato.
La promesa de comida rápida, la falta de otras alternativas y el hambre nos hicieron decidir arrejuntar tres mesas y sentarnos. Eran aproximadamente las 7.30 de la noche. Inmediatamente don Héctor se acercó a nosotros con libretía en mano, ansioso por tomar nuestras ordenes. Un churrasco por aquí, otro por allá, cena típica allá. Yo quería algo liviano y rápido. Un torito con queso y papas fritas se asomó por el menú. Vino la primera tanda de cervezas. “Nos puede traer una porción de nachos con guacamol y frijoles para empezar” dijo uno de nuestros compañeros. Y ahí empezó la odisea. Eran las 7.45 pm cuando la última orden fue pedida.
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Poco sabíamos pero el caos empezó a adueñarse de la atmósfera. Dos naranjadas fueron el primer indicio. 20 minutos pasaron y no aparecían. La gaseosa que uno de mis compañeros pidió tardó casi media hora. Los nachos, que no eran más que nachos de Q1 con queso amarillo sobre ellos y que supuestamente servirían de entradas aparecieron justo después de los primeros churrascos. Esos churrascos de carne de extraña procedencia, con más apariencia de hígado de vaca, fueron el último indicio. Don Héctor acompañaba cada plato con una disculpa descarada y desconcertante.
El malestar y enojo general de todos nosotros fue sustituido por una sensación de resignación; “más vale reír que llorar”. Mi torito no aparecía por ninguna parte. De pronto Don Héctor (con quien hubiera querido hacerme una foto) dice “mil disculpas, pero es que nuestra vecina murió y mi señora es quien sabe más que yo”. Después de esa confesión un largo silencio se rompió con el comentario “seguro fue la cocinera quien se murió”. Comentario tras comentario, don Héctor sufrió del típico humor ácido que nos caracteriza a los chapines. “Yo soy el director de la escuela” esbozaba con orgullo. “Puta, cómo saldrán esos niños de esa escuela con un director así” “Con razón nadie sabe nada de San Jerónimo”. “De dicha nadie pidió el famoso pescado sudado jajajaja”, los comentarios incisivos no se hicieron esperar.
Y no sé por qué razón, cada disculpa de don Héctor iba dirigida a mí. Muy probablemente porque mi torito necesitó de aproximadamente una hora y media para ser preparado. O porque mi rostro era dueño de una expresión entremezclada de hambre, frustración y resignación. Y encima, la carne era como hecha con protemás o algo de color rojo, que seguramente no era carne de res. Las papas fritas destilaban aceite por todos lados.
Al finalizar la velada el orgulloso dueño de Acequia, que significa hoyo donde brota agua, inocentemente nos despidió invitándonos a volver muy pronto. Su restaurante y su "calidad de servicio al cliente" pasaron a convertirse en el blanco de nuestras bromas y frustraciones por el resto del viaje y de nuestras vidas...
Comentarios
Abril: Creo que lo peor es tener que trabajar y punto jajajajaja. Naa, igual estuvo bien el viaje, pero este personaje si fue bastante chistoso.
Cuando salgo a cubrir a los departamentos, lo primero que hago es llenar tanque y comprar esas manías mixtas, unas tres bolsas, junto a unos juguitos.
Son magníficas, ideales pa aguantar hasta dar con un lugar más o menos, o incluso pa paliar un tiempo de comida.
Mano, si era cierto lo que dijo el señor... creo q puso a cocinar a los patojos q viste en la barra, jaja.
Recordás el chiste de las champurradas con pelos? bueno, espero q nadie haya pedido donas, jajaja.