MP3


Corría el año 1993. Mi rostro era la prueba de que estaba perdiendo mi lucha contra el acné. Los constantes cambios de casa, colegio y amistades me dejarían pronto huérfano de identidad. De pronto las calles se presentaron como una alternativa a esa búsqueda de definición personal. La música sería algo esencial en ese trayecto. Y eso que los experimentos fueron tan variopintos como bizarros. Rock clásico, pop en español, salsa, merengue, tex mex; ninguno había logrado quedarse en forma definitiva. La actitud rebelde y desaliñada exigía algo más.

Pantalones rotos, pelos largos y piercings, tótems de un género musical que marcó el camino de una generación sin rumbo. El grunge hizo más de lo que la gente le da crédito. Reunió a grandes cantidades de jóvenes depresivos, melancólicos y sin rostro y les dio la fuerza para enfrentar al mundo que no querían comprender. Ya no era cuestión de que no te entendieran, era más la necesidad de crear tu propia realidad, tus propios códigos y reglas, y que te valiera madre lo demás.

Y fue ahí, en esas épocas en las que el deseo de ser parte de la familia musical más cercana colmaban tus deseos. El sueño vacacionista irrumpió y ayudó a encontrar un nicho de ilusión. Un duende con la capacidad de complacer a todos y cada uno. La música era el lenguaje común y el lugar era una utopía adolescente. Hacer amigos, encontrar una chica linda, interesante y con tu mismo gusto musical. Encima de todo te pagaban por hacerlo y te daban descuentos en todos los discos. Un paraíso a toda regla.

Nunca fui tan afortunado de ser miembro directo de esa familia, pero la posibilidad existía. Sólo era un asunto de quedar con los amigos, o escaparte del colegio para ir a ver los nuevos posters, la nueva mercancía relacionada con tus gustos. Playeras, gorras, botones. Ese aparato mercadológico que nos atrapó. Más no fue por el hecho de comprar algo material, sino más bien la posibilidad de contar con elementos que te ayudaran a expresar tu individualidad. Y lo más curioso es que era “suelo sagrado” al estilo Highlander. Pop fresa, salsa, rock, punk, metal. Todos tenían cabida.

Hay un poco de suerte ahora que se mira para atrás en el tiempo. Quienes ahora buscan utopías adolescentes no podrán contar entre sus opciones con un escenario tipo Empire Records. No considerarán siquiera pasar una noche, o varias, creando la cinta perfecta que te ayudara a expresar tu sentir, a lo High Fidelity. No, el mp3 no permite esos lujos. “Fácil acceso te ofrezco, más no la oportunidad de formar parte de algo más real” es la condición de los formatos digitales.

Y es hoy que empieza a caminar el 2009 y hace rato estamos en la época donde son los vendedores de la sexta avenida y 11 calle quienes deciden las listas de popularidad. Donde ya no tenemos que ahorrar para comprarnos el nuevo disco de nuestro grupo o cantante favorito. Da un poco de nostalgia. Ni modo, se perdió esa oportunidad de relacionarte con gente igual a vos en un espacio hecho especialmente para vos. Probablemente nos toque regresar a lo básico y reunirnos en toques under, recomendarnos música a través del correo y recordar un pasado cargado de buenas vibras, ilusiones y buena música…

Comentarios

el VERDE !!! ha dicho que…
mi temporada nostálgica la viví con la radio... ahora que lo pintás así, nunca fui parte de ese rollo pre mp3. Creo q con esto de lo digital soy mucha más fan de los grupos que antes. Las descargas han enriquecido mi conocimiento musical, y eso de que sea en solitario me va bien, soy un tanto antisocial, jeje.
Villacinda_ ha dicho que…
Enriquecido tu gusto musical verde?

Puchica... entonces antes estabas pior?
Jorge Rodríguez ha dicho que…
Verde: Basicamente más que cualquier cosa, el mp3 nos quitó los espacios comunales para hablar y vivir de la música...

Villacinda: Jajajaja, hay que ser tolerantes no jaja
JulioBCN ha dicho que…
recuerdo tambien esos años en que intercambiaba cintas de casette por correo con perfectos desconocidos. eran algo así como las proto-redes de p2p. cartas y cartas y más cartas cargadas de nueva música. y pintábamos las portadas con rotuladores y pinceles. y degustábamos cada disco como si fuera el último que fueramos a oir. y caminabamos por la calle con una mochila cargada de cintas, para poder cambiarlas en cualquier momento en ese aparatoso walkman que siempre iba con nosotros.
todo ese encanto se perdió con el mp3. se acabó el pagar. se democratiza el conocimiento. y cuanto más discos bajamos, menos valor tienen para nosotros. paradojas. como nosotros.

un abrazo desde Barcelona
:)
Jorge Rodríguez ha dicho que…
Julio: que interesante tu experiencia, acá no llegué mucho a eso, pero si había una faceta más humana en el intercambio de la música. Saludos