El mundo al revés, calles desoladas, iluminadas por el naranja incandescente artificial. Las almas renguenates que deambulan las vías de concreto no muestran, curiosamente, el apuro por resguardarse del manto oscuro que los abraza. En el aire corre una sensación de esperanza (desterrada de este país por los acontecimientos diarios). El sol saldrá otra vez.
Los contrastes son marcados y las 8 horas de diferencia distorsionan una realidad similar pero diametralmente opuesta. Ante la ausencia de claridad, unos buscan consuelo y cobijo atrincherados en sus muros hogareños, sus rejas y sus guardianes de “seguridad”. Otros, los más, se pierden entre bailes, improperios y bocanadas de desilusión colectiva adornadas con un aroma de malta fermentada y humo reciclado. O borracho o loco no.
La otra cara muestra a aquellos que se refugian en la claridad que desnuda identidades, expone intenciones y enseña lo oscuro de nuestro destino.
Voy sumergido en ese trance. El bus, sinónimo de muerte en Guatemala, me transporta hacía mi destino madrugador. Entre precauciones y fascinación veo a las figuritas que se dibujan en las ventanas, tal reality show televisado, dejando una estela que me recuerdan a la luz barrida que brevemente se impregna en el sensor de mi cámara mental. De pronto la danzante fragancia del pan recién hecho irrumpe en la escena. Ni siquiera alcanzo a sentirlo, pero puedo imaginarlo por las expresiones de quienes deciden entre una concha o una champurrada.
Al llegar a mi destino los rostros de metal que dominaban las fachadas de los edificios apostados por la avenida suben para mostrar facetas multicolores y multiusos. Mis sensaciones ante la oscuridad citadina me sumergen en un estado de sobriedad, silencio y meditación…
Los contrastes son marcados y las 8 horas de diferencia distorsionan una realidad similar pero diametralmente opuesta. Ante la ausencia de claridad, unos buscan consuelo y cobijo atrincherados en sus muros hogareños, sus rejas y sus guardianes de “seguridad”. Otros, los más, se pierden entre bailes, improperios y bocanadas de desilusión colectiva adornadas con un aroma de malta fermentada y humo reciclado. O borracho o loco no.
La otra cara muestra a aquellos que se refugian en la claridad que desnuda identidades, expone intenciones y enseña lo oscuro de nuestro destino.
Voy sumergido en ese trance. El bus, sinónimo de muerte en Guatemala, me transporta hacía mi destino madrugador. Entre precauciones y fascinación veo a las figuritas que se dibujan en las ventanas, tal reality show televisado, dejando una estela que me recuerdan a la luz barrida que brevemente se impregna en el sensor de mi cámara mental. De pronto la danzante fragancia del pan recién hecho irrumpe en la escena. Ni siquiera alcanzo a sentirlo, pero puedo imaginarlo por las expresiones de quienes deciden entre una concha o una champurrada.
Al llegar a mi destino los rostros de metal que dominaban las fachadas de los edificios apostados por la avenida suben para mostrar facetas multicolores y multiusos. Mis sensaciones ante la oscuridad citadina me sumergen en un estado de sobriedad, silencio y meditación…
Comentarios
Saludos, y bienvenido!
Verde; Si, me fui a Malacatán el sábado, pero por primera vez en mi vida me monté a un bus urbano a las 5 de la mañana