Dios con una pelota

Seguir el fútbol en este país no se hace por decisión propia, se hace por inercia. Al menos en los primeros años de vida, porque ya luego cada quien decide para qué lado jalar. Algunos jugaron la final de juventud en alguna oportunidad y el fútbol se convirtió en su vida. Otros eran pateados, humillados y excluidos así que el fut es la peor mierda deportiva que pueda existir en la faz de la tierra. Otros ni se afligen y siguen a lo suyo. El planeta fútbol es parte de un universo desconocido y poco atractivo.

Sin embargo la inercia infantil inicial la transformé en una pasión medida y controlada, pero pasión al final de cuentas. Durante mi primer mundial que recuerdo lúcidamente, el de México ’86, mis conocimientos en la materia se reducían a comprender, vagamente, las reglas del juego, salir al portal del comercio a buscar estampitas para el álbum conmemorativo del evento e intercambiar cromos con los amigos del colegio. Ni siquiera en las tradicionales chamuscas* salían a relucir los nombres más destacados de los jugadores que participaban en las canchas de los estadios mexicanos de mediados de los ochentas.

Recuerdo vagamente que presencié un partido de grupo entre Paraguay y Uruguay (los dos nombres me daban mucha risa). Mi hermana mayor iba por los guaraníes y yo por los charrúas. O al revés, no recuerdo exactamente. Lejos de sentir los colores de una camiseta, eran los primeros pasos y las primeras probadas de lo que significa apoyar a un equipo en un mundial. Cada jugada, cada falta, cada acercamiento, el partido lo vivimos con una intensidad insospechada (al final del partido mi mamá llegó a regañarnos, apagar la tele y amenazarnos que si no nos comportábamos no veríamos el resto del mundial). Creo realmente que esa pasión era mas por la tradicional lucha entre hermanos que por el resultado final del partido.


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Sin embargo con el transcurso de los partidos, mi interés y mi atención se fueron enfocando en otro equipo sudamericano. El nombre de Diego se fue haciendo más común en los corredores del colegio y todos querían ser el 10 en las justas deportivas en cada recreo. Pronto se convirtió en la estampita más codiciada. Como a todo el mundo, los goles frente a Inglaterra me dejaron fascinado y desde entonces mi equipo favorito fue la Argentina. Disfruté terriblemente la consecución de ese campeonato. Desarrollé un gran rechazo hacia los alemanes, futbolísticamente hablando, y mi primer ídolo deportivo se llamó Diego Armando Maradona.

El siguiente mundial fue otra cosa. A los diez años ya muy pocas cosas son por inercia y los gustos y aficiones son más por decisión y convicción propia que por imposición paternal. Los audífonos eran el contrabando a los salones de clases.

Durante ese mundial ya no era sólo Maradona sino Goicochea quien era el preferido para encarnar en las chamuscas. El para penales. Finalmente llegó la final, la revancha contra Alemania. La decisión penosa del arbitro mexicano Edgardo Codesal (ya parezco el Allan recordando detalles insignificantes pero valiosos) dio el campeonato a Alemania. Controversial. Al igual que el Diego, las lágrimas corrieron por mi rostro. Mi pasión por el fútbol llegó a su máxima expresión. La derrota era parte de ella. Desde ese entonces vi Copas Americas, Mundiales, finales de Champions y nunca otro jugador de fútbol supo llenar el lugar de ídolo en mi universo futbolístico.

Con los años mi pasión fue disminuyendo al punto de convertirse, como mencioné antes, en algo controlado. Si mi equipo gana, me alegro, lo celebro. Incluso llego a restregar en la cara de aquellos que apoyan a otros equipos. Todo con respeto, pero siempre con un aire burlesco. Eso te da el fútbol. Pero también comprendí que si mi equipo perdía, también alguien más podría restregármelo en la cara. Al final de cuentas si el equipo de mi predilección gana o pierde, eso no afecta en nada mi vida, por lo que la pasión desmedida, el fanatismo radical y el odio ultra hacía otros colores no forma parte de mi vocabulario futbolístico.

Ahora que Maradona vuelve a ser parte de la constelación de estrellas en el universo del fútbol, todas esas sensaciones infantiles y prepubertas me volvieron a la mente. “Diego no es una persona normal” dice una canción. Falta esperar que el mito futbolístico pueda sacarse más genialidades de su chistera izquierda y que mi equipo favorito vuelva a consagrarse campeón mundial otra vez.

Comentarios

Gabriel Arana Fuentes ha dicho que…
vos deja al sujeto al él le parecen importes esos datos como qeu tito macuzo falló un penal en el mundial de Brasil 1970,... es su royo jajajajaj.
Allan Martínez ha dicho que…
Gracias por defenderme Gabriel. Estos tus post me recuerdan a alguien... pero no logro decifrar quién es...
Jorge Rodríguez ha dicho que…
Bueno realmente no era una crítica al amigo vigilante, mas bien una acotación referente a él. Porque yo, contrario a él, no suelo recordar esos detalles, pero lo del puto arbitro mexicano de ese mundial no se me va a olvidar nunca jeje
Unknown ha dicho que…
Es tan sencillo como que: "Maradona no es una persona cualquiera, es un hombre pegado a una pelota de cuero, tiene el don celestial de jugar muy bien al balón... es un guerrero"

Ojo que nunca le he ido o iré a Argentina, pero el Diego... es el Diego.