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En el año 2002 aproximadamente, comencé a conocer a mucha gente europea, quienes vinieron a nuestro país de visita. Algunos se quedaron a vivir. Otros, después de su tiempo de vacaciones, volvieron a sus países de origen. Otros, se fueron, pero han mantenido un contacto cercano con Guatemala. Como todo turista extranjero, todos y cada uno de ellos quedó fascinado por muchos aspectos muy característicos de nuestro país. La amabilidad de su gente. El colorido y la variedad de las tradiciones. La maravillosa y cambiante naturaleza. Su comida y un gran largo etcétera. Todo esto a pesar de las condiciones de violencia, marginación y pobreza en la que está sumida la mayoría de guatemaltecos.

Sin embargo uno de éstos amigos con los que he mantenido contacto me hacía una observación en un detalle pequeño, pero a la vez muy importante. Él me decía que a diferencia de su primera visita en el 2002, ahora se había dado cuenta que la gente ya no sonríe más. Yo no había reparado en ese detalle, probablemente porque no soy del tipo que se sonríe con todo el mundo por la calle. Pero igual al tener en cuenta ese dato, me di cuenta que es cierto.

Los guatemaltecos han perdido su sonrisa.
Tristemente la situación en la que está el país ha obligado a la gente a desconfiar de cualquiera que se les atraviese. Un gesto amable ahora puede ser sinónimo del primer acercamiento a una extorsión, un secuestro o algo peor. Todo el mundo se esconde tras sus vidrios polarizados, su furia e ira hacía cualquier cosa que no sea de su agrado y tras el desinterés por cualquier cosa que se cruce por su camino.

Bueno, yo como un optimista compulsivo soy de la idea que esos pequeños detalles son los que nos marcan como individuos y como sociedad. Como mencioné anteriormente no soy precisamente un durazno en miel, pero al mismo tiempo siempre intento afrontar las crisis con la mejor cara posible. No sería lógico que nos dejemos deprimir como sociedad porque, primero, eso sería aceptar que hemos fracasado, y, segundo, no veo a Guatemala como un país con psicólogos capacitados y preparados para atender tantos casos de depresión crónica y agorafobia que podría sufrir la población (la landívar gradúa más de 100 psicólogas anualmente y honestamente no creo que sean lo mejor).

En fin no se trata de caer en esos estados de ánimo tipo los libros “Cómo alcanzar la felicidad” o “La crisis detrás. Sonrisas eternas”. Igual es triste que un rasgo muy característico y bonito, uno de los pocos ahora, de nuestra gente lo estemos entregando e intercambiando al miedo y la desesperanza…

Comentarios

Seletenango ha dicho que…
hay vos, han pasado cosas en estos días que me muestran porque ya no tenemos esa sonrisa, pero espero que todo cambie rapidito, porque lo que se viene es de prepararse.
David Lepe ha dicho que…
Tenés razón. Ya ni la hora me atrevo a pedir en la calle, porque me ven con mirada de "este infeliz qué me va a hacer". Qué decadencia más jodida.